Abre bien los ojos, destapa bien los oídos, despeja bien tu mente y cierra la boca; porque, lo que estás escuchando, es lo último que saldrá de estos labios cansados.
Hijo, en esa casa nací. Tras esa fachada sucia, esas ventanas rotas y esa puerta apolillada, di mis primeros pasos. Fue, bajo ese techo, que aprendí mis primeras palabras. Entre esas paredes, ahora casi derrumbadas, jugué, brinqué, corrí y me divertí sin parar hasta caer rendido por el cansancio, día tras día y noche tras noche. Veranos, inviernos, otoños y primaveras, pasaron rápidamente y, sin más remedio, me hice viejo.
No apartes tu mirada de ese hogar, atiende a todas mis palabras, deja tu mente en blanco y no te atrevas a mover los labios; porque, lo que en estos momentos escuchas, son las últimas oraciones que saldrán de esta boca sucia.
Hijo, en esa casa nací. En ese lugar, ahora hecho casi escombros, me enamoré por primera vez. Bajo la cálida luz, de la que alguna vez fue mi habitación, le hice el amor a tu madre, quién me conquistó con su suave aroma juvenil, con su tímida mirada lujuriosa, con su elegante gemido al anochecer, con su silueta dibujada en la oscuridad y con su corazón entregado sin tapujos. En ese balcón, que alguna vez fue el balcón más bello de la calle, prendí mi primer cigarrillo y bebí mi primera cerveza. El tiempo fue despiadado y las estaciones pasaron con rapidez, tu madre y yo abandonamos el pueblo y dejamos atrás estos bellos recuerdos y, sin más remedio, me hice viejo.
Observa con empeño esa morada, escúchame atentamente, no pienses en nada y mantente callado; porque, las palabras que oyes, son las últimas palabras de delirio que emitirá esta garganta moribunda.
Hijo, en esa casa nací y a esa casa vuelvo. Han pasado muchos años y he cometido muchos errores. Mi vida ha estado repleta de desaciertos y este será uno más de ellos. Las manos me tiemblan y las palabras de delirio se van convirtiendo en tristeza. Esa tristeza que me ha acompañado silenciosamente los últimos años; esa tristeza que convirtió mis motivaciones en desmotivaciones; esa tristeza que transformó mis deseos en resignaciones y mis anhelos en hastíos. No me queda más que pedir que me perdones, porque las primaveras, los otoños, los veranos y los inviernos, han pasado brutalmente y sin piedad; y yo, sin más remedio, me he hecho viejo.
No voltees, sigue escuchando, mantente concentrado y permanece mudo; porque será la última vez que oigas mi voz quejumbrosa y trastornada.
Hijo, en esa casa nací y, a manos de este revolver, en esa casa moriré.
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