viernes, 29 de octubre de 2010

Hoy, tal vez mañana también

-"Ya vengo, gorda".

Quiero cambiar de trabajo, pero no tengo otras habilidades, interesantes, que puedan resultar en un beneficio económico similar al que vengo obteniendo por aproximadamente 2 años y medio.

-"Bajo en la avenida".

Un carro no me vendría mal, he soportado la pestilente atmósfera del transporte público por años, he tolerado los empujones, las asfixias y los dolores de espalda. Pero, siendo realista, lo que gano en ese trabajo que no me gusta y que no puedo cambiar, no puede cambiar esto que no me gusta.

-"Media cajetilla de Pall Mall por favor".

Mi tos empeora con los años y mi risa se ahoga con mi saliva seca y amarillenta. Separarme de las profundas bocanadas de humo que auxilian mi ansiedad demente es una tarea tediosa. No tendré un distintivo cuando me pare en el puente peatonal a observar el tráfico que hace más estrechas las calles, no seré especial.

-"Bajo en la esquina".

Seguiré tolerando las deficiencias indignantes del transporte limeño, porque en las noches ya no tengo fuerzas para quejarme, porque tal vez en ese viejo vehículo de sonidos escabrosos he encontrado un refugio extrañamente alejado de la realidad, pero solo de noche. Solo de noche los fierros se convierten en espuma y la pestilencia en esencias adormecedoras, y duermo, y descanso, y caigo en furtivos recuerdos que agotan mi memoria y que no aparecen nunca de día.

-“Llegué, gorda”

A pesar de que odio usar ese apelativo, mis labios articulan esa palabra cada vez que me refiero a mi esposa. Mientras mi cuerpo va cayendo en el sofá de la sala, el día se repite en mi cabeza y mis neuronas me reclaman por el asesinato de sus hermanas a manos del cigarro. En esta habitación, iluminada por una lámpara de pocas palabras, ha terminado un día más de inexistencia. Cinco frases de incoherencia. ¿Qué pasará mañana?

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