viernes, 29 de octubre de 2010

Hoy, tal vez mañana también

-"Ya vengo, gorda".

Quiero cambiar de trabajo, pero no tengo otras habilidades, interesantes, que puedan resultar en un beneficio económico similar al que vengo obteniendo por aproximadamente 2 años y medio.

-"Bajo en la avenida".

Un carro no me vendría mal, he soportado la pestilente atmósfera del transporte público por años, he tolerado los empujones, las asfixias y los dolores de espalda. Pero, siendo realista, lo que gano en ese trabajo que no me gusta y que no puedo cambiar, no puede cambiar esto que no me gusta.

-"Media cajetilla de Pall Mall por favor".

Mi tos empeora con los años y mi risa se ahoga con mi saliva seca y amarillenta. Separarme de las profundas bocanadas de humo que auxilian mi ansiedad demente es una tarea tediosa. No tendré un distintivo cuando me pare en el puente peatonal a observar el tráfico que hace más estrechas las calles, no seré especial.

-"Bajo en la esquina".

Seguiré tolerando las deficiencias indignantes del transporte limeño, porque en las noches ya no tengo fuerzas para quejarme, porque tal vez en ese viejo vehículo de sonidos escabrosos he encontrado un refugio extrañamente alejado de la realidad, pero solo de noche. Solo de noche los fierros se convierten en espuma y la pestilencia en esencias adormecedoras, y duermo, y descanso, y caigo en furtivos recuerdos que agotan mi memoria y que no aparecen nunca de día.

-“Llegué, gorda”

A pesar de que odio usar ese apelativo, mis labios articulan esa palabra cada vez que me refiero a mi esposa. Mientras mi cuerpo va cayendo en el sofá de la sala, el día se repite en mi cabeza y mis neuronas me reclaman por el asesinato de sus hermanas a manos del cigarro. En esta habitación, iluminada por una lámpara de pocas palabras, ha terminado un día más de inexistencia. Cinco frases de incoherencia. ¿Qué pasará mañana?

lunes, 25 de octubre de 2010

Ira

Con el andar lento y pausado que lo había acompañado toda la semana, Felipe llegó a la puerta principal del edificio donde trabajaba. Eran las 7:50am y faltaban 10 minutos para que su turno en la oficina comenzara. “¡Estás despedido!”, fue lo primero que escuchó al ingresar al lugar que fue como su segundo hogar por 6 largos años. Observó durante breves segundos el rostro de su verdugo. Intentó pedir explicaciones, pero era muy tarde, tenía la hoz en el cuello, y le habían bajado el pulgar en señal de aprobación de una ejecución inesperada. Su salida de la empresa era irrevocable.

Felipe reanudó su andar lento y pausado, y emprendió su camino a casa, donde no lo esperaba nadie. Se sentía humillado. Ese grito seco hacía eco en su cabeza y lo enfurecía más con cada paso que daba. Cuando finalmente llegó a su departamento, casi vacío desde hace algunos días, encontró un sobre en el piso con su nombre. Se dispuso a abrirlo, sabiendo que, tal vez, su contenido alimentaría la ira que ya lo invadía. Y así fue, en el sobre se encontraba un papel que detallaba la fecha y el lugar donde se llevaría a cabo su divorcio. Un divorcio que no quería,  un divorcio forzado por el amor de su esposa a otro hombre, un divorcio que lo atormentó toda la semana, un divorcio traicionero. Los ojos estaban a punto de de abandonar su rostro, la tristeza y el miedo se convirtieron en odio, el odio se combinó con la ira y el resultado predecía un negro porvenir.

La mañana se volvió larga, pero la tarde fue eterna, parecía que el tiempo caminaba a paso de procesión. Tanta lentitud aceleraba los latidos de su corazón. No comió, ni bebió líquido alguno, no vio televisión, ni leyó ningún libro, se pasó repasando los últimos acontecimientos de su vida una y otra vez, siempre con la ira presente. La esposa infiel, el jefe maldito, el divorcio traicionero, la humillación, el grito seco y otra vez la esposa infiel. Eran casi las 10pm y, fatigado de tanto pensar, decidió dar un paseo para distraerse. Sus impulsos le jugaron una mala pasada y lo llevaron a una esquina cerca al edificio que ya no sería más su segundo hogar. Lo observó con odio. Cuando se preparaba a seguir su paso, se dio con la sorpresa de ver que su verdugo salió por la puerta principal, sonriendo y tarareando una alegre canción festiva. Dominado otra vez por sus impulsos, lo siguió.

La noche era más oscura que de  costumbre y las calles estaban mas vacías de lo normal. Pero Felipe no pensaba en estos factores, él solo quería explicaciones y, después de varias cuadras de asecho, encaró con determinación al hombre que lo despidió de su trabajo y de su dignidad. Se abalanzó sobre él, como un indigente lo haría sobre un plato de comida. Sus puños no dejaban de llover sobre el rostro de su jefe, y se tornaron cada vez más rojos. Gota tras gota, esta lluvia fue apagando su ira y desacelerando su corazón, y se dio cuenta de lo que había hecho. En un acto reflejo, tomó su arrepentida camisa y la usó para secar la sangre del rostro de su adversario. Pasó de ser el más feroz asesino a ser la más temerosa víctima. Se sentó asustado y comenzó a pensar en la esposa infiel, en el jefe maldito, en el divorcio traicionero, en la humillación, en el grito seco y otra vez en la esposa infiel, pero la ira no lo acompañó esta vez. El grito de las sirenas se hizo, poco a poco, más fuerte. Las voces de las personas alrededor, comentando lo sucedido, se mezclaban y confundían con el sonido del motor de los carros. La noche no era más oscura que de costumbre y las calles no estaban más vacías de lo normal. Un nuevo verdugo aparecería con una hoz, pero esta vez no para despedirlo de su trabajo, si no de su libertad.

Con el andar lento y pausado que lo había acompañado toda la semana, Felipe llegó a la puerta principal del edificio donde trabajaría, donde se convertiría en la esposa de alguien y donde su ira, por más que quisiera, no aparecería nunca, por lo menos no durante los próximos 15 años.

jueves, 14 de octubre de 2010

Tristes confesiones en un pueblo olvidado


Abre bien los ojos, destapa bien los oídos, despeja bien tu mente y cierra la boca; porque, lo que estás escuchando, es lo último que saldrá de estos labios cansados.

Hijo, en esa casa nací. Tras esa fachada sucia, esas ventanas rotas y esa puerta apolillada, di mis primeros pasos. Fue, bajo ese techo, que aprendí mis primeras palabras. Entre esas paredes, ahora casi derrumbadas, jugué, brinqué, corrí y me divertí sin parar hasta caer rendido por el cansancio, día tras día y noche tras noche. Veranos, inviernos, otoños y primaveras, pasaron rápidamente y, sin más remedio, me hice viejo.

No apartes tu mirada de ese hogar, atiende a todas mis palabras, deja tu mente en blanco y no te atrevas a mover los labios; porque, lo que en estos momentos escuchas, son las últimas oraciones que saldrán de esta boca sucia.

Hijo, en esa casa nací. En ese lugar, ahora hecho casi escombros, me enamoré por primera vez. Bajo la cálida luz, de la que alguna vez fue mi habitación, le hice el amor a tu madre, quién me conquistó con su suave aroma juvenil, con su tímida mirada lujuriosa, con su elegante gemido al anochecer, con su silueta dibujada en la oscuridad y con su corazón entregado sin tapujos. En ese balcón, que alguna vez fue el balcón más bello de la calle, prendí mi primer cigarrillo y bebí mi primera cerveza. El tiempo fue despiadado y las estaciones pasaron con rapidez, tu madre y yo abandonamos el pueblo y dejamos atrás estos bellos recuerdos y, sin más remedio, me hice viejo.

Observa con empeño esa morada, escúchame atentamente, no pienses en nada y mantente callado; porque, las palabras que oyes, son las últimas palabras de delirio que emitirá esta garganta moribunda.

Hijo, en esa casa nací y a esa casa vuelvo. Han pasado muchos años y he cometido muchos errores. Mi vida ha estado repleta de desaciertos y este será uno más de ellos. Las manos me tiemblan y las palabras de delirio se van convirtiendo en tristeza. Esa tristeza que me ha acompañado silenciosamente los últimos años; esa tristeza que convirtió mis motivaciones en desmotivaciones; esa tristeza que transformó mis deseos en resignaciones y mis anhelos en hastíos. No me queda más que pedir que me perdones, porque las primaveras, los otoños, los veranos y los inviernos, han pasado brutalmente y sin piedad; y yo, sin más remedio, me he hecho viejo.

No voltees, sigue escuchando, mantente concentrado y permanece mudo; porque será la última vez que oigas mi voz quejumbrosa y trastornada.

Hijo, en esa casa nací y, a manos de este revolver, en esa casa moriré.

lunes, 11 de octubre de 2010

Textos apócrifos

Antes que nada, quiero advertir que, todo el contenido vertido en este blog, es totalmente falso, y es producto del aburrimiento de una mente retorcida y desempleada. Todo lo que ustedes puedan leer aquí, debe ser interpretado como poco confiable y queda bajo su responsabilidad, recibir críticas y burlas si,  por alguna razón, llegan a basar sus comentarios en mis estupideces.